¡Qué anchas eran las tardes! Se perdía uno en ellas. Estaba el cielo alto sobre el patio, o el jardín, la tarde, como el mar en los mapas, llenándolo todo de azul, y nosotros como barquillos en el mar. No sabíamos dónde ir, ni en qué quedarnos, ni para qué. Subíamos a los corredores o bajábamos al jardín y nos quedábamos junto a la fuente, metíamos la mano en su agua, oíamos los gorriones, quizá cruzaba un palomo, o caía una campanada. Por la calle, nadie. Porque los que pasaban a diario acababan por no ser nadie, ser un poco más de aquel silencio, tan grave, de la tarde.
Y uno andaba vacío, de acá para allá, sin tener dónde asirse, vanamente: de acá para allá, esperando con vaguedad la llegada de algo sobre la tarde, tan ancha, tan serena e impenetrable.
'El arte de la fuga según Mr. Nooteboom'
Hace 4 años
en parte la vida consiste en buscar todo el rato dónde asirse, supongo
ResponderEliminarlas tardes vacías en realidad no lo estaban solo se disfrazaban porq cada instante llenaba de grandes recuerdos... sino fuera asi no lo escribirías :)
ResponderEliminarun beso