"Cada escritor tiene sus propias exigencias espirituales y una de las mías es encontrar el título adecuado para mis libros". Así justificaba Ciro Alegría esa piedra preciosa llamada El mundo es ancho y ajeno con que bautizó su obra maestra y estableció al tiempo una lúcida metáfora de la vida y la condición humanas.
Titular bien, en todo caso, nunca fue fácil. Los escritores lo saben. Y de hecho son legión los libros que sólo comenzaron a escribirse a partir de un buen título. Un título encontrado de pronto, o un título desesperadamente buscado, como le ocurrió hace años a Vila-Matas cuando, preguntado sobre el proyecto que se traía entre manos, respondió: "Por el momento, estoy escribiendo un título...".
Y es en esa puja por invertir cuanta imaginación sea necesaria para alcanzar el mejor nombre donde Ciro Alegría vuelve a marcar la pauta. Porque tras escribir durante cuatro meses El mundo es ancho y ajeno, gracias a la beca que varios amigos le concedieron para dedicarse a ello en cuerpo y alma, les dijo que necesitaba el mismo tiempo para encontrar el título adecuado, por lo que les sugería prolongar su filantrópico mecenazgo.
Hablamos de cualquier forma de una auténtica pesadilla para todos aquellos que no acaban de dar con él o, peor aún, para quienes página a página construyen su obra bajo la amenaza de un título frágil, conscientes de que a medida que el texto avanza el título provisional tiende a convertirse en definitivo, si antes no lo remedian las musas, la mala memoria, la mala sangre o hasta un golpe de suerte, que de todo hubo en este pagano viacrucis del nombrar literario. Títulos prestados, títulos vendidos, títulos trocados, títulos hurtados por desmemoriados que hicieron suyo el nombre de un proyecto ajeno escuchado a altas horas de la madrugada; títulos sustraídos por consagrados jurados copiando la frescura y el fogonazo de algún joven concursante; y hasta títulos ganados en inconfesables partidas de cartas.
Pero no demos pistas sobre otra de las benditas paranoias de esta especie capaz por un buen título de vender su alma al diablo. Y de forma además tan innecesaria, cuando es tan fácil dejarse llevar, como hizo Vargas Llosa con La ciudad y los perros, verso de un poema que su editor Carlos Barral tenía sobre la mesa cuando le entregó el manuscrito; o abrir el texto al azar por la página equis, verso no sé cuántos, como le sugirió un inspirado Juan Carlos Mestre a Dulce Chacón para encontrarse ambos con la sorpresa de aquel Contra el desprestigio de la altura, que constituyó uno de los primeros títulos de la autora; o la conversación entre Blanca Varela y Octavio Paz, en la que al defender ella un topónimo que no gustaba al poeta, le decía Pero si ese puerto existe de verdad, ante cuya frase el fino y sensible oído del mexicano sentenció de pronto un título que transformaba un nombre local en una sugerente y universal alegoría de plural significado: Ese puerto existe.
Como existe una última opción para casos terminales. La de aplicar el resabiado consejo de Balzac cuando preguntado por un joven sobre cómo podría titular una novela de la que no le daba mayor información, le dijo... "Muy fácil, ¿sale algún tambor? No ¿Y alguna trompeta? Tampoco".
-Pues entonces, está clarísimo... Sin tambores ni trompetas.
(El País,Fernando Beltrán, 21/03/2009)
'El arte de la fuga según Mr. Nooteboom'
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