domingo, 14 de marzo de 2010

La voz a ti debida (versos2220 a 2272)

¡Qué de pesos inmensos,

órbitas celestiales,

se apoyan

—maravilla, milagro—,

en aires, en ausencias,

en papeles, en nada!

Roca descansa en roca,

cuerpos yacen en cunas,

en tumbas; ni las islas

nos engañan, ficciones

de falsos paraísos

flotantes sobre el agua.

Pero a ti, a ti, memoria

de un ayer que fue carne

tierna, materia viva,

y que ahora ya no es nada

más que peso infinito,

gravitación, ahogo,

dime, ¿quién te sostiene

si no es la esperanzada

soledad de la noche?

A ti, afán de retorno,

anhelo de que vuelvan

invariablemente,

exactas a sí mismas,

las acciones más nuevas

que se llaman futuro,

¿quién te va a sostener?

Signos y simulacros

trazados en papeles

blancos, verdes, azules,

querrían ser tu apoyo

eterno, ser tu suelo,

tu prometida tierra.

Pero luego, más tarde,

se rompen —unas manos—,

se deshacen, en tiempo,

polvo, dejando sólo

vagos rastros fugaces,

recuerdos, en las almas.

¡Sí, las almas, finales!

¡Las últimas, las siempre

elegidas, tan débiles,

para sostén eterno

de los pesos más grandes!

Las almas, como alas

sosteniéndose solas

a fuerza de aleteo

desesperado, a fuerza

de no pararse nunca,

de volar, portadoras

por el aire, en el aire,

de aquello que se salva.

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