Mi olfato no me engaña:
la amistad con una chica
huele a naranjas recién peladas.
En aquel tiempo,
entre partida y partida de cartas,
le dediqué el primer poema
y me hice una paja sonriente
mientras pensaba en ella.
Más tarde,
no sé por qué ni cuándo,
todos los poemas
comenzaron a ser para ella
y todas las pajas para ella
y toda mi mente para ella.
Fue cuando mi olfato empezó a dudar:
aquello se pasaba de naranjas.
Mis poemables en "Tiempo a destiempo"
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