jueves, 2 de julio de 2009

Las anchas tardes. José Antonio Muñoz Rojas

¡Qué anchas eran las tardes! Se perdía uno en ellas. Estaba el cielo alto sobre el patio, o el jardín, la tarde, como el mar en los mapas, llenándolo todo de azul, y nosotros como barquillos en el mar. No sabíamos dónde ir, ni en qué quedarnos, ni para qué. Subíamos a los corredores o bajábamos al jardín y nos quedábamos junto a la fuente, metíamos la mano en su agua, oíamos los gorriones, quizá cruzaba un palomo, o caía una campanada. Por la calle, nadie. Porque los que pasaban a diario acababan por no ser nadie, ser un poco más de aquel silencio, tan grave, de la tarde.

Y uno andaba vacío, de acá para allá, sin tener dónde asirse, vanamente: de acá para allá, esperando con vaguedad la llegada de algo sobre la tarde, tan ancha, tan serena e impenetrable.

2 comentarios:

  1. en parte la vida consiste en buscar todo el rato dónde asirse, supongo

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  2. las tardes vacías en realidad no lo estaban solo se disfrazaban porq cada instante llenaba de grandes recuerdos... sino fuera asi no lo escribirías :)
    un beso

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